Julieta to Nico, Me:
Hace unas noches leí este relato y no pude más que relacionarlo con ustedes, así que lo quise compartir.
La terrible sinceridad
Me escribe un lector:
“Le ruego me conteste, muy sinceramente, de que forma debe uno vivir para ser feliz”.
Estimado señor: Si yo pudiera contestarle, seria o humorísticamente, de que modo debe vivirse para ser feliz, en vez de estar pergeñando notas, sería, quizá, el hombre más rico de la tierra, vendiendo, únicamente a diez centavos, la formula par vivir dichoso. Ya ve que disparate me pregunta.
Creo que hay una forma de vivir en relación con los semejantes y consigo mismo, que si no concede la felicidad, le proporciona al individuo que la practica una especie de poder mágico de domino sobre sus semejantes: es la sinceridad.
Ser sincero con todos, y más todavía consigo mismo, aunque se perjudique. Aunque se rompa el alma contra el obstáculo. Aun que se quede solo, aislado y sangrando. Esta no es una formula para vivir feliz; creo que no, pero sólo es para tener fuerzas y examinar el contenido de la vida, cuyas apariencias nos marean y engañan de continuo.
No mire lo que hacen los demás. No se le importe un pepino de lo que opine el prójimo. Sea usted, usted mismo sobre todas las cosas, sobre el bien y el mal, sobre el placer y sobre el dolor, sobre la vida y la muerte. Usted y usted. Nada más. Y será fuerte como un demonio entonces. Fuerte a pesar de todos y contra todos. No importa que lo tiren al suelo una vez, y dos, y tres. No le importe que la pena lo haga dar de cabeza contra una pared. Interróguese siempre, en el peor minuto de su vida, lo siguiente.
-¿soy sincero conmigo mismo?
Y si el corazón le dice que si, y tiene que tirarse a un pozo, tírese con confianza. Siendo sincero no se va a matar. Esté segurísimo de eso. No se va a matar, por que no se puede matar. La vida, la misteriosa vida que rige nuestra existencia, impedirá que usted se mate tirándose al pozo. La vida, providencialmente, colocará, un metro antes de que usted llegue al fondo, un clavo donde se engancharán sus ropas, y … usted se salvará.
Me dirá usted: “¿Y si los otros no comprenden que soy sincero?” ¡Que se le importa a usted de los otros! La tierra y la vida tienen tantos caminos con alturas distintas, que nadie puede ver a mas distancia de la que dan sus ojos. Aunque suba a una montaña, no verá un centímetro más lejos de lo que le permita su vista. Pero, escúcheme bien: el día en que los que lo rodean se den cuenta de que usted va por un camino no trillado, pero que marcha guiado, pero que marcha guiado por la sinceridad, ese día lo mirarán con asombro, luego con curiosidad. Y el día en que usted, con la fuerza de su sinceridad, les demuestre cuantos poderes tiene entre sus manos, ese día serán sus esclavos espirituales, créalo.
Me dirá usted: “¿Y si me equivoco?” No tiene importancia. Uno se equivoca cuando tiene que equivocarse, Ni un minuto antes ni un minuto después. ¿Por qué? Porque si usted se ha equivocado sinceramente, lo perdonarán. O no lo perdonarán. Interesa poco. Usted sigue su camino. Contra viento y marea. Contra todos, si es necesario ir contra todos. Y créame: llegará un momento en que usted se sentirá fuerte, que la vida y la muerte se convertirán en dos juguetes entre sus manos. Así, como suena. Vida, Muerte. (…)
La sinceridad tiene un doble fondo curioso. No modifica la naturaleza intrínseca del que la practica, y si le concede una especie de doble vista, sensibilidad curiosa, y que le permite percibir la mentira, y no solo la mentira, sino los sentimientos del que está a su lado.
Hay una frase de Goethe, respecto a este estado, que vale un Perú. Dice:
“Tu que me has metido en este dédalo, tú me sacarás de él.”
Es lo que anteriormente le decía.
La sinceridad provoca en el que la practica lealmente, una serie de fuerzas violentas. Estas fuerzas solo se muestran cuando tiene que producirse eso de: “tu que me has metido en este dédalo, tu me sacarás”. Y si usted es sincero, va a percibir la voz de estas fuerzas. Ellas lo arrastrarán, quizá, a ejecutar actos absurdos. No importa. Usted los realiza. ¿Qué se quedará sangrando? ¡Y es claro!, Todo cuesta en esta tierra. La vida no regala nada, absolutamente.
Y de pronto, descubrirá algo que no es la felicidad, sino un equivalente a ella. La emoción. La terrible emoción de jugarse la piel y la felicidad. No en el naipe, sino convirtiéndose usted en una especie de emocionado naipe humano que busca la felicidad, desesperadamente, mediante las combinaciones más extraordinarias, más inesperadas. ¿O qué se cree usted? ¿Qué es uno de esos multimillonarios norteamericanos, ayer vendedores de diarios, más tarde carboneros, luego dueños de un circo, y sucesivamente periodistas, vendedores de automóviles, hasta que un golpe de fortuna los sitúa en el lugar en que inevitablemente debían estar?
Esos hombres se convirtieron en multimillonarios porque querían ser eso. Con eso sabían que realizaban la felicidad de su vida. Pero piense usted en todo lo que se jugaron para ser felices. Y mientras no se producía lo efectivo, la emoción, que derivaba de cada jugada, los hacía más fuertes. ¿Se da cuenta?
Vea amigo: Hágase una base de sinceridad, y sobre esa cuerda floja o tensa, cruce el abismo de la vida, con su verdad den la mano, y va a triunfar. No hay nadie, absolutamente nadie que pueda hacerlo caer. Y hasta los que hoy le tiran piedras, se acercarán mañana a usted para sonreírle tímidamente. Créalo, amigo: un hombre, sincero es tan fuerte que solo él puede reírse y apiadarse de todo.